domingo, 11 de octubre de 2009

Venga, va.


Cuando estás situado al borde de un precipicio lo único que puedes hacer es confiar en que haya algo que en el último momento te recoja. Y lanzarte al vacío. Cerrar los ojos fuerte, arrugar la nariz del miedo y dejarte caer, sin dejarte arrastrar por la posibilidad de que te abras la cabeza con el golpe.
¿Te van a recoger? y si te recogen ¿será exactamente lo que quieres? ¿cómo saberlo?
La sensación no dista mucho de la de la desnudez. De la de un desnudo en el sentido figurado. La de un desnudo en el que descubres cosas tan íntimas que sientes que ni siquiera puedes taparte con las manos. Pero una vez te quitas la ropa, no hay manera de volver a vestirse y sólo queda esperar que aquel con quien te desnudas decida dejar sus vergüenzas destapadas. Si lo hace la sensación es de una intimidad tibia, suave, blanda.

A lo mejor hay que correr el riesgo. Y lanzarse al vacío. ¿Quién sabe? Puede que te lleves una sorpresa.

Y seguimos tocando madera.

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