el olor a mandarinas.

Soy la que se encoge en el abrigo cuando hace frío, la que esconde la nariz dentro de la bufanda. La que mueve la nariz cuando estornuda y se la frota cuando está nerviosa.
A la que le encantan los besos en la frente y en la punta de la nariz. Y encogerse en tu cuello y aspirar fuerte. Y la que te mira mientras conduces.
Soy la que llora cada vez que ve Amélie o cuando escucha la banda sonora de alguna película que le suena triste y arruga el entrecejo, porque es (o era) una mujer dura y las mujeres duras no lloran. La que adora ir en tren y odia las esperas de un bus que se retrasa cuando tiene prisa. A la que le gusta mandarte un mensaje antes de dormirse. La que ronca suavemente, pero que siempre lo niega. A la que le agobia dormir con calcetines y adora despertarse en medio de la noche para verte. La que se pone nerviosa antes de quedar contigo. A la que le encanta llegar a casa y hacerse un moño en el pelo, pero que siempre lo lleva suelto a la calle. A la que pones roja (por dentro).
Soy a la que le asustan los dentistas y a la que le gusta comer mandarinas en invierno, en gran parte por el olor que le dejan en las manos. A la que le gusta el olor de los bizcochos en el horno, que la vayas a buscar y la acompañes hasta el portal y cómo crujen las hojas secas en otoño, paseando por Castrelos.
Soy la que se tiene que poner de puntillas para llegar al estante más alto, porque no quiere pedir ayuda para eso. La que compra chocolate, pero no se lo come.
A la que le gustas TÚ, una enormidad, o dos, o tres, porque contigo puede hacer (y hace) todo lo anterior.

y te llevará de viaje, a un sitio en el que de noche las calles brillan distinto.